Querido lector, querida lectora:
El
día que me decidí a crear Zaleando.blogspot lo hice siguiendo un impulso. Había leído un artículo muy inspirador de Marina Díaz y no pude evitar visitar la plataforma blogger y abrirme una cuenta. A partir
de la primera entrada, comencé a comprender la sensación de mi hijo cada vez
que se descarga una aplicación de Gameplay
en su tableta. Empecé a escribir por
diversión, porque esconderme tras el
nombre de Valeria Numen me funcionaba igual que la nariz de un clown: me daba permiso para desconvencionalizarme[1],
descojonarme y ¡supervitalizarme!, como ese Superratón de mi infancia.
La trastienda de mi blog |
Me
propuse escribir un artículo cada semana. Hice
un listado con todos los temas que quería tratar. Hasta anoté los títulos que se me ocurrían para
ellos mientras hacía la compra, cocinaba o repasaba la tabla de multiplicar con
mi peque. Así es la vida de una mamá cualquiera: o empujas tus ideas a
cuña, o te aseguro que no puedes desarrollarlas mientras vives la vida de tus
hijos. Por cierto, he descubierto que en la mentalidad de un niño, “mamá” es un
estatus social que sucede al de “chica”, y es algo anterior al de “señora”.
Gratamente (sonrisa falsa), supe ayer mismo que ya me encuentro en el tercer
nivel. Guau. Si la vida fuera una saga
de videojuegos, aún estaría en el principio.
Hasta
un horario con colores diseñé, para tener tiempo para todo. Durante un par de
meses lo he seguido al pie de la letra y me he encontrado “lo más pagada de mí
misma” que se pueda imaginar. Misión
uno: salvar el escollo del aburrimiento (el mío), cubierto.
El
blog ha empezado a crecer solito, a recibir visitas y comentarios. Y
suscriptores. Tengo tres. Puede que sean logros
modestos, pero a mí me han llenado de gloria estas semanas. Lo que empezó
siendo un pasatiempo, una forma de desahogo y, ¿por qué no decirlo?, una sarta
de parrafadas que se me ocurrían sobre libros o películas que ya han pasado a
la categoría de “antiguos”, ha ido
cobrando carisma propio. Humilde
carisma, pero carisma al fin y al cabo.
El
caso es que me dio por revisar por
arriba y por abajo el aspecto de mi blog. Que si es demasiado simple. Que
si mis fotos son de mala calidad. Que si no tengo pestañas (me refiero a las de
las páginas, esas en las que se suele explicar quién soy, de qué trata este
blog, cómo puedo ayudarte, etc.) Comparé
mis etiquetas con las tendencias de la red, y me di cuenta de que visibilidad
por ahí no voy a lograr. Me apunté a un par de cursos on line de descarga gratuita para aprender todo lo que hay que saber para que tu blog suba posiciones en la
blogosfera.
En
una palabra, me planteé cambiar el blog
de arriba abajo. Fijar una temática clara para mis artículos, ofrecer un valor directo para mis lectores,
mejorar el diseño de la página, gestionar
la visibilidad en la red, administrar eficientemente mis contactos,
encontrar un nicho de posicionamiento, prever vías de monetización….
Uff.
Qué cansancio, Dios mío. Es lo que pasa
cuando uno se plantea hacer algo… que
deja de hacerlo.
En
las dos últimas semanas no he escrito ni
una sola línea que llevarme al blog. Cero. He comentado mucho en otros
blogs, eso sí, pero, mientras cubría de contenidos y patrañas los blogs de los
demás, el mío vivía en un suspiro, famélico, desatendido y entristecido, como
en casa de Dómine Cabra.
Como siempre que noto un chirrido en
las neuronas, fui a buscar una latita de aceite en alguna balda de mi
biblioteca. Es un defecto que
tengo: aún no me he integrado un puerto
USB en la nuca, y es la única forma que conozco para encontrar respuesta a
mis muchas preguntas. Sobre todo porque los
buscadores google aún cometen fallos
semánticos de gran envergadura. Me explico.
Si digo la palabra driver, seguramente en tu cabeza se
dibujará un ente abstracto que no
sabes muy bien qué es pero que está
relacionado con la velocidad de Internet y con la configuración de las
aplicaciones informáticas. Muy bien. Esa respuesta se merece un quesito. Pero yo trataba de encontrar un término
relacionado con la psicología transaccional.
¿Transa qué?
Transaccional.
No es una empresa de transportes ni un eufemismo para los dispositivos móviles, aunque sí que tiene mucho que ver con la comunicación. Se trata de un modelo psicológico planteado allá por los
años 50 del siglo pasado (otra vez mi manía con los libros olvidados). En
resumen, la psicología transaccional mantiene que mientras nos relacionamos con
los demás, en todos nuestros
comportamientos, se transmite la forma en que nos relacionamos con nosotros
mismos; es decir, las palabras o
actos que dirigimos a los demás son las propias formas de nuestro diálogo
interior: lo que nos decimos a nosotros mismos, las decisiones que hemos
tomado de la piel para adentro, donde nadie nos ve.
Para
entendernos, cuando yo, persona adulta y responsable (ejem, ejem), me veo en la
obligación de responder a alguien que me
señala que hace más de quince días que no publico en el blog, puedo dar
tres tipos de respuestas:
1- “Uy, lo siento mucho, ¿te has sentido muy
desamparado sin mis consejos?” Respuesta entre puñetera y paternalista.
Es como si me creyera que mis opiniones o sugerencias son imprescindibles para
el mundo. Es lo que E. Berne (creador del modelo) llama contestar desde el Padre protector.
2- “¿Te pregunto yo a ti lo que has estado haciendo en este tiempo?” Respuesta que me sale desde esa parte bruja que a veces me posee,
y que E. Berne identifica con la
estructura del Padre crítico.
3- “Es que no he tenido tiempo, he estado demasiado ocupada,
cansada y no me sentía motivada.” Respuesta excusatoria que todos, recordando nuestra etapa infantil,
hemos dado alguna vez. Berne lo llama “contestar
con lo que te sale del Niño”. (Bueno, eso lo digo yo; Berne se limita a
indicar que ese tipo de respuestas proceden
de nuestra parte menos madura, el Niño o
Peter Pan que todos llevamos dentro: no querer crecer, no asumir
responsabilidades, etc.)
Lo
más inquietante de todo es que nadie me
ha preguntado realmente por qué no he publicado en quince días. Golpe duro
para mi vanidad, je, je. Mis lectores
son más inteligentes que yo, y seguro que han apreciado el silencio como más bello que cualquier palabra mía.
Amén.
Claro
que si tengo que demostrar que soy adulta y consecuente (a ello me van
obligando ya las canillas y los radicales libres como un taxi que se despliegan
alrededor de mis ojos), he de encontrar una respuesta más sincera a la pregunta
que yo misma me he hecho. En eso consiste el
diálogo interior: las conversaciones que tiene uno consigo mismo, las preguntas
que se imagina que se estarán preguntando los demás, y que en realidad a los
demás les tienen sin cuidado. Otra vez nuestra manía de inventarnos los
problemas.
La
respuesta que me doy es algo así como: “No he publicado nada porque he sufrido
un empacho de drivers.”
Días de drivers y buñuelos
Antes
de que me lo preguntes, te diré que los drivers no son buñuelos de nata.
Aunque en mi caso, han tomado precisamente esa forma durante las celebraciones
del Día de Difuntos. Los drivers son impulsores de conducta. Son
una especie de cliché o instrucción muy imbricado en nuestros circuitos
neuronales, que funciona casi como un resorte automático, y son el origen
de muchas conductas de las que apenas somos conscientes.
Berne
habla de cinco drivers básicos. Te los resumo.
1- Sé fuerte.
Es una receta que escuchamos desde chicos, y que parece que ha de ser la
panacea de todas las adversidades. Es verdad que la fortaleza es un rasgo
valioso en un carácter bien templado, pero el
driver va más allá: nos obliga a ser
fuertes siempre y en cualquier ocasión, nos impide aceptar la ayuda de los
demás incluso cuando la necesitamos, y nos lleva hasta a autocomplacernos en
nuestro propio sufrimiento, como si sufrir sirviera para algo. A propósito,
no te pierdas este link si quieres saber más sobre El sufrimiento inútil.
2- Sé perfecto. Otro de los favoritos, sobre todo en el colegio y en las canchas de
entrenamiento. Quienes viven este driver al máximo creen que solo vale lo
que es inmaculado, absolutamente perfecto, pulido y limado. Al final, tanto
afán por ser perfecto, lo que hace es
sumirnos en una dolorosa inacción. Jamás nos sentiremos satisfechos con
nosotros mismos, nos negaremos a aceptar el valor de nuestras
realizaciones, y hasta nos hará creer que no somos merecedores del afecto o la
admiración de los demás. Cuidado. Es muy peligroso.
3- Complace.
Agrada a los demás. Sé buen chico. Obedece. Haz lo que te dicen. Resuelve los
problemas de los demás. Ojo: este driver
nos vuelve indecisos porque supone más validez a los juicios de los demás que a
los nuestros propios. Por si fuera poco, una actitud complaciente nos sitúa en un nivel de inferioridad con
respecto a los demás: “Ellos se merecen lo bueno, mi misión es
proveérselo”. Encomiables palabras, si
las dijera Teresa de Calcuta, pero incluso ella no actuaba por hacer
felices a sus semejantes (de hecho, su labor humanitaria chocó con la
incomprensión de muchos: la pobreza es muy rentable para los poderosos, pero
eso es otro tema y debe ser tratado en otro blog…),
sino por un deber moral conscientemente asumido. Si quieres y puedes, tu deber es aportar algo positivo en la vida de
los demás, pero no caigas en el error de ser complaciente con todos. Otra
frase para tatuar.
4- Date prisa. Publica rápido. Ya. Otros te vienen pisando los talones. Venga,
venga, venga. “Más madera”, grita
Groucho March, y la locomotora en marcha corre desbocada hacia no se sabe dónde,
pero va, que es lo que importa. ¿Seguro? La sociedad de las prisas la llevamos
inoculada en vena casi desde la cuna. Existe la idea en nuestro mundo moderno de
que el tiempo es más valioso que el oro,
y estoy de acuerdo. Por eso hay que lucirlo en las ocasiones especiales: date tiempo para hacer, disfrutando,
aquello que te propones. Tienes todo el tiempo del mundo. La vida es más
larga de lo que crees y el tiempo da de sí tanto como tú lo necesitas. Escucha Tiempo, abundancia y autoestima.
5- Esfuérzate. Claro. Rómpete el espinazo. Corre hasta que no te quede aliento.
Llena la agenda con tareas, obligaciones, llamadas y compromisos hasta que
necesites una carretilla para transportarla. Ah, no, que ahora las hay en App, que no pesan… Más, venga, no pares,
rompe tus límites, llega a lo más alto… Un
momento, por favor. Haz lo que tengas que hacer si crees que debes hacerlo,
pero no hagas de tu vida una carrera
por ser más alto, más fuerte o más veloz. No tienes que hacerlo si no quieres. No sientas la obligación de estar en el top ten continuamente. Emplea tu
disciplina y tu dedicación en lo que te parezca que puede aportar un poco de
luz y belleza al mundo, pero no creas
que el mundo entero depende de cuánto te esfuerces. Lo siento mucho si
te he decepcionado: yo no creo en la
sociedad del esfuerzo. Sí en la del trabajo, la disciplina, la coherencia y la
entrega. Pero ¿esforzarse?, ¿sufrir tanto?, ¿tener que hacer las cosas
obligado, como si te fustigaran? Un empujoncito para ponerse en marcha a
veces es útil, pero si cada día te
supone un calvario, yo me preguntaría, filosóficamente: “¿Para qué lo hago?”
Si encuentras un motivo que te anime, te
aseguro que no te hará falta tanto esfuerzo.
Hasta
aquí los drivers académicos. Al menos
los que me estudié yo en la facultad para mi examen de Psicología Dinámica.
Luego he descubierto que hay muchos más. Uno que oigo a menudo y que me encanta
es:
Inténtalo
Una
risilla de perro pulgoso se me escapa cada vez que lo escucho. No puedo
evitarlo. Intentar no es hacer. Cuando
uno se propone hacer algo, lo hace. Luego puede ser que salga como espera o no.
Pueden darse mil circunstancias que te dejan a mitad de camino. Pero eso ya no depende de uno. En
cambio, cuando uno intenta hacer algo, a mí me da la impresión de que ya sale a medio gas. Es como si le faltara
convicción, como si lo intentara por
cubrir un expediente, como obligado por alguien, como sin ganas.
Así
que esta ha sido la guinda de mis días de nata y drivers. Es decir, la
respuesta de por qué he abandonado perezosamente el blog. Os lo resumo para el que se haya incorporado tarde:
- Hacerme la fuerte, la verdad, no me lo he hecho mucho estas dos semanas. Lo cierto es que no me he resistido nada ni a los buñuelos, ni a las golosinas de Halloween, ni a las “Leyendas” de Bécquer que da gusto leer en las noches de difuntos. Este año hasta me he atrevido con “Las noches lúgubres” de Cadalso.
- Ser perfecta ni siquiera me lo he propuesto. Fíjate que hasta me disfracé de Katrina mexicana ¡con una diadema de flores hawaianas en el pelo!!! OMG. La foto la tengo, pero la reservo solo para los íntimos. No me da vergüenza no ser perfecta, pero un poco de pudor, por respeto a los que miran, creo que es necesario.
- Complacer. A complacer no sé si me he dedicado mucho. Sí que lo he hecho todo con muuucho placer. Hay que disfrutar, chicos.
- Darse prisa. En realidad da igual la prisa que tú te des. Todo dependerá del ritmo que te marque el baile. A veces toca bailar rápido aunque tú no quieras, y otras veces, cuando te molaría un ritmo loco, la vida te hace bailar el vals. Ahí me encuentro yo, bailando el vals. Tiempo al tiempo. Todo llega.
- Me esforcé muchísimo durante el mes de octubre por cumplir con mi horario trabajosamente perfilado: piscina, running, estudio, trabajo, niño, formación, casa. Al final terminé escoñada (la palabra la recoge el diccionario de la RAE y la define como verbo transitivo pronominal; no dice nada sobre su carácter vulgar o coloquial, así que deduzco que es de fácil comprensión y uso común), y me ha venido bien un poquito de reposo.
- Intentar. Esto sí lo hago mucho, a mi pesar: que lo intento, en vez de hacerlo. A veces es mejor no pensar tanto.
Con
mis mejores deseos, me despido hasta la próxima.
Un
abrazo.