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Star Treck, responda otra vez (o por qué el blanco no es mi color favorito)

Un tipo de criaturas que me fascina de la saga Star Treck son los Borg. Los Borg son unas criaturas extraterrestres que viajan por el espacio, mucho más allá del cuadrante Alfa. No emplean naves corrientes, tipo crucero como los Klingon. Su tecnología está a años luz de la de cualquier otra especie. No tienen un planeta de origen; en cambio, asimilan la cultura y la vida de mundos completos. A bordo de sus incalificables buques estelares –totalmente esféricos o perfectamente cuadrados– viven enjambres completos de estos seres, conectados a través de algún tipo de ciberenchufe a un servidor común que denominan la Reina Madre.

Estas criaturas pueden presentar casi cualquier aspecto posible. Tienen una parte orgánica procedente de alguna de las más de 200 especies inteligentes de ese universo ficticio: humanos, vulcanianos, cardasianos, ferengi, xindi, etc. Sobre esa estructura de carne se encuentra otra de tipo electrónico sabiamente incardinada.

El resultado final se parece un poco a Frankestein, tierno engendro concebido por Mary Shelley. Igual que el monstruo, los Borg tienen ciertas capacidades humanas básicas, pero a diferencia de él, es su parte mecánica, o electrónica, la que gobierna su comportamiento. Como si estuvieran conectados a un ordenador central (una especie de nube muy sofisticada) son capaces de actuar de manera milimétricamente coordinada. Cada individuo cede su particularidad en beneficio del ente común. Su estructura social es similar a la de las abejas, las hormigas o termitas. Y su capacidad de trabajo y ansia de perfección, ilimitadas.

BORG seven of nine

Un Borg en mi vida



Desde que aparecieron ante los ojos del Capitán Picard, en la saga de "La nueva Generación", me dejaron absolutamente fascinada. Por esa extraña asociación de ideas que caracteriza mi loco pensamiento, llegué a creer que representaban la cultura en su versión más psicoanalítica.

Da un poco de miedo pensar esto, pero os explicaré cómo lo veo yo. Todas las personas nacemos con un cuerpo. Nuestro cuerpo, además de físico, es también químico, o, dicho de otro modo, produce una energía que nos permite funcionar con normalidad, la mayoría de las veces.

Aparte de esto, por una curiosa interrelación entre nuestra química interna y la de las otras personas que nos rodean, vivimos envueltos por una capa emocional que define gran parte de nuestros actos: amamos, odiamos, sentimos asco, dolor o miedo, y todo eso siempre provocado o dirigido por elementos que están fuera de nosotros. Además disponemos de una fabulosa herramienta cognitiva que nos permite entender e interpretar lo que nos pasa y comprender cómo funciona el mundo exterior. Estas dos facultades conjuntas: emoción y mente, es lo que los griegos denominaban psique, origen de la moderna palabra Psicología. Las tradiciones cristianas prefirieron llamarlo alma.

Otras escuelas filosóficas hablan de una tercera dimensión en nuestra humanidad: el espíritu, o esa capacidad superior que nos conecta con la esencia misma del universo. Pero de eso hablaremos otro día.

Si tomamos nuestra parte corpórea (es decir, la física y la química) junto a nuestra parte psíquica (la mente y las emociones), podemos decir que tenemos definida nuestra humanidad: el individuo que somos. Sin embargo, a todo eso que somos bien sea por naturaleza, por evolución darviniana, por gracia divina o por lo que sea, hemos de añadir la influencia de la cultura en la que vivimos.

Por cultura entiendo todo el conocimiento que nos es transmitido a través de las generaciones, y que sería imposible de adquirir individualmente. Imagínate que cada niño que nace tuviera que aprender a cultivar el campo, a hacer pan, a generar excedente, a comerciar, etc., sin partir de ningún conocimiento previo. Eso que nos viene dado desde fuera es la cultura. Se trata de un elemento válido, en principio útil y necesario para subsistir con normalidad en un planeta, el nuestro, poblado por muchas otras especies.

Pero la cultura tiene también otros componentes, en forma de normas sociales, tabúes, modos de comportamiento, que pueden a veces limitar nuestro potencial interno, nuestra creatividad. De alguna forma, la cultura nos impone un corsé en el que debemos sujetar nuestros sentimientos, nuestros pensamientos y nuestros actos, y acomodarlos a lo que “debe hacerse” en cada situación concreta. Eso es muy parecido a la casaca que visten los Borg.

Una situación, una App


En realidad, se trata de un personaje social que vestimos a diario para enfrentarnos a las situaciones de la vida. Es como si dispusiéramos de un traje mental para ajustarnos a cada circunstancia. O, en una mentalidad más postmoderna, sería algo así como una App que nos ayuda a movernos en los diferentes aspectos de nuestras vidas. Por ejemplo, ahora tengo que ir a trabajar, me coloco la WorkingApp; después toca una reunión con la familia, actualizo la FamilyApp. Así para cada uno de las áreas o compartimentos en que dividimos nuestras vidas.

Hace tiempo, en el año dos mil y poco, me encontré de pronto en una situación en que se activaron a la vez varias de estas App, y mi ya de por sí tarada personalidad, a punto estuvo de entrar en crisis. Has acertado, se trata de

Mi Sanjuán más surrealista


Aparte de las fiestas con hogueras, velitas en las playas y flores en el pelo, existen muchas otras formas de celebrar la llegada del verano. Ese año me habían invitado a una reunión de la que sabía muy poco, excepto una exigua consigna: “Ir vestido de blanco”.

La persona que me había invitado pertenecía a mi círculo más wicca, la parte más espiritual de mí misma. Comenté aquello con mis compañeros de universidad, ante quienes siempre he preservado una cara de lo más formal: aplicada, disciplinada y académica. Debí de mostrarme muy entusiasmada, porque decidieron acudir.

Una persona más se unió al evento. Se trataba de Rainy, mi colega de fatigas en el trabajo. Por aquella época yo trabajaba para una empresa de objetivos muy comerciales, y Rainy y yo teníamos que bregar a diario con proveedores, jefes de almacén y reponedores. Esa actividad nos había convertido en una suerte de mujeres viriles, con un rol muy masculino y enérgico. Para colmo y para complicar más mi frágil equilibrio emocional, Rainy pensó en traer a su novio, un argentino, acoplado a otros tres amigotes, de los de fiesta diaria, botellón en mano.

La persona organizadora del evento nos había citado a las seis de la tarde en el aparcamiento de un polígono industrial. En total había llegado a convocar a casi quinientas personas. Todos partieron en sus coches, excepto yo, que esperaba a Rainy y sus amigos. Dos horas más tarde, por fin llegaron… vestidos de negro, con camisetas  de Nirvana y su lema Never mind, varias botellas de alcohol y preparados para el desfase habitual de una fiesta poligonera. Si hubieran llegado un poco antes, se habrían dado cuenta de que el polígono era solo el punto de partida. Habrían visto a un montón de gente tarareando temas de NewAge, vestidos con ropas blancas, muchos de ellos vegetarianos y abstemios.

Nos perdimos por el camino. Rainy y yo no paramos de discutir en todo el trayecto. Cuando por fin llegamos, nos encontramos con una fila de personas vestidas de blanco, con velas en la mano, que se dirigían hacia una cueva bordeada por una pequeña cascada de agua, donde otra persona les ponía las manos en la frente. Formando cola estaba mi amiga wicca. Me saludó vestida con su túnica blanca. Yo llevaba una bolsa de supermercado con un bocadillo, y Rainy cargaba con un bolsón de destilados. Su novio y sus amigos argentinos se movían perezosamente, medio borrachos, destacando con sus oscuras camisetas sobre el blanco y las luces. Apartados de aquella “juerga” estaban mis amigos de la universidad, atónitos ante lo que veían, preguntándome con la mirada qué estaba pasando. Sentí varios pares de ojos dirigidos a mí, cada uno con un interrogante distinto, esperando una respuesta incompatible. 

La sensación que tuve fue la de estar totalmente desnuda. Cualquiera de mis personajes sociales era inadecuado para esa situación. Se habían activado demasiadas App a la vez y mi sistema se estaba descalabrando. Cuando me llegó el turno de pasar por la cueva, formulé un deseo: “Quiero ser una sola persona, no deseo interpretar ningún personaje”. Me he pasado los siguientes diez años tratando de conseguirlo.

Al día siguiente, en el trabajo, Rainy y yo nos miramos al llegar a la oficina. No sabíamos qué decir. Terminamos contándolo todo a nuestros compañeros de trabajo, y, una vez más, decidieron que no éramos personas corrientes. Quizás ya sospechaban que nuestro universo estaba más allá del cuadrante Alfa, en lugares a los que nadie ha llegado jamás.     

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La foto de hoy es de un artista gráfico llamado Shanryan, y la he encontrado en delira.deviantart.com. Mi agradecimiento y reconocimiento a su trabajo.

2 comentarios:

  1. ¡Qué divertidos tus últimos posts! :D

    Me gusta leer el enfoque que le das al tema este de qué hacer con los "muchos" que somos, el "sé tú mismo" ha hecho mucho daño...

    ¡Besicos!

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    1. Muchísimas gracias, Cristina, por tu comentario. Estoy de acuerdo contigo: para ser uno mismo primero se ha de conocer quién es ese "mismo" y de qué está hecho.
      Un abrazo.

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