Una de las cosas que
encuentro más difíciles en esta vida es ser la misma persona todo el rato. Me
refiero a no perder la cordura cuando en tu existencia se suceden hechos tan
dispares como mantener una conversación telefónica con tu suegra sobre el color
de las cortinas, mientras cumplimentas on-line
el modelo 390 en la página de la Agencia
Tributaria. O apuntarte a las charlas de radio patio y
luego acudir a la biblioteca municipal a estudiar uno de esos tochos de
preceptiva renacentista que solo me gustan a mí.
No pasaría nada si cada
una de estas actividades las realizase uno de los protagonistas de The Big Bang Theory. El problema es
cuando se trata de una sola persona, es decir, yo. A veces, el mismo día.
Me explico
Ayer, sin ir más lejos, a
las nueve de la noche, ya en chanclas de estar por casa y casi con el rulo
puesto (menos mal que me he cortado el pelo y ahora no tengo que pasar por ese
vergonzante aspecto doméstico) bajo a tirar la basura. Un paseo nada glamuroso,
vamos: tú me dirás dónde voy yo con semejante bolso de mano. A lo que iba. No
bien acabo de pisar la acera, me encuentro de frente con Orlando, mi antiguo
jefe. Guapetón, maqueado, elegante todo de negro y acompañado por otros dos
amigos en un plan igual de ligón.
No me considero presumida,
pero no pude evitar sentirme en una de esas situaciones tipo “Y-yo-con-estos-pelos” en que no sabes
dónde meterte. Inmediatamente me planteé cambiar de hábitos a partir del día
siguiente, y sobre todo, me propuse muy seriamente dejar atrás mi vida de mujer
casada con hijo. En concreto, pensé en llevar a cabo una de estas dos
estrategias:
1) Que a partir
de mañana sea otro quien baje a tirar la basura, o
2) Cambiarme la
ropa interior y ponerme tacones altos previamente a bajar yo a tirar la basura.
Menos mal que Orlando, que
siempre me ha mirado con buenos ojos, me dijo que estaba muy guapa. Enseguida
olvidé todo lo que había dejado tras la puerta de mi hogar, o sea, las
croquetas descongeladas, la ropa sin planchar y los dibujos de Bob Esponja en
la tele.
A los que os imagináis que
sigue el relato de una noche loca de lujuria e infidelidad, siento
decepcionaros: ¡qué más hubiera querido yo! El caso es que de repente pasé de
ser una triste ama de casa superada por las circunstancias a mostrarme tal como
soy: una mujer organizada, resolutiva, eficiente, amable y con inteligencia
emocional. Ah, y con glamour. Bueno,
a lo mejor he exagerado un pelín. Solo un pelín.
Luego más tarde, cuando ya
todos dormían y yo aprovechaba para completar el “listado de las cosas que han
merecido la pena en este día”, pensé en lo duro que resulta combinar los
distintos personajes que nos toca representar en nuestras vidas.
Lo que hay que hacer, Dios mío
A modo de ejemplo, aquí os
presento un trailer con los principales protagonistas del día de ayer,
estelarmente interpretados por la menda lerenda:
1) Señorita
Rotenmeier, recién levantada y sin peinar, marcando el ritmo de la rutina
mañanera: despertar al niño, preparar los desayunos, revisar la mochila,
caminar hasta el colegio y despedida con beso. Esta última parte interpretada
por Mamita besucona 2.0.
2) Working girl. Máscara de pestañas, falda lápiz y portafolio con portátil incluido.
Toca ser audaz, entretenida, cargada de energía positiva y con buena oratoria
para presentar el power point en la
sesión de hoy. Curso: “Liderazgo emocional para colaboradores”.
3) Rácana sin
complejos. De regreso del Mundo de Oz, me paso por el supermercado. ¡Pero qué cara
está la cesta de la compra! Si no fuera porque lo venden casi todo envasado, me
habría dedicado a amargarle el día a la carnicera pidiéndole cuarto y mitad de
picada. Seguro que se hubiera acordado del día que hizo pellas en tercero de
EGB. Mi versión más bruja. Si piensas en la Vieja del visillo, más o menos te haces una idea.
4) Entrenadora
personal, lo que viene siendo la coach
de toda la vida. O al revés. En fin, motivadora profesional de un niño de siete
años que no le encuentra sentido ninguno a copiar cinco veces en el cuaderno de
caligrafía la frase “Miguel come guisantes extraídos de la vaina”. Puff. A
inventarse un manual oral sobre: “Las ventajas de tener buena letra”.
Explícaselo a un nativo digital. Utiliza frases tipo: “Tú puedes”, “Nada es
imposible”, “La buena letra te hará libre”. Advertencia para padres: no se te
ocurra emplear ninguna versión desactualizada parecida a “Quien bien te quiere
te hará llorar”, o “La letra con sangre entra”. No lo hagas. Aunque tengas
muchas ganas de hacerlo. No lo hagas.
5) Kalimero o
pollito asustado en la reunión de bienvenida con la tutora del colegio. Sentada
en un pupitre enano, con las rodillas aplastadas y el trasero encogido. Voz en
off que dice: “Vuelve a revivir el auténtico terror de tus pesadillas
infantiles. Acuérdate de la Señorita María Angustias, que en paz descanse, o de Don Heliodoro, que Satán lo tenga en su
puchero, y trata de no gritar… si puedes resistirlo”. Tomo notas en un cuaderno
sin margen ni cuadrícula y voy haciéndome una idea del calvario que viviré los
próximos ocho meses.
Con tal batiburrillo de
circunstancias que llamo amorosamente Vida mía, me cuesta entender cómo puede
una, dentro del mismo cuerpo y sin el don de la ubicuidad, no volverse loca.
Cómo pasar de ser encantadora y amable con tus clientes a convertirte en una orate desencajada mientras haces los deberes con tu hijo. Y todo eso sin dejar
de ser una niña asustada.
Speed en Villavaleria
Esta variedad de
particulares personalidades que me poseen por turnos (sí, me poseen como
sátiros guarretes hasta convertirme en la niña del exorcista) me recuerda algunas
de las escenas de Speed,
protagonizada por Keanu Reeves y Sandra Bullock. Me imagino a mí misma viajando
en un autobús a 50 millas
por hora (aunque no tengo ni idea de cómo de deprisa es eso) en una ciudad que
no es Los Ángeles, y que ni siquiera aparece en Googlemap.
Atravieso la calle
principal de Villavaleria. Sé que no puedo detenerme, o todo a mi alrededor
estallará en pedazos. Muchos de los pasajeros se han vuelto histéricos,
desencajados. Cada uno trata de imponer su criterio, y se gritan unos a otros “¡Que
alguien haga algo!”
Ahí está la Señorita Rotenmeier,
que exige, a toda costa, seguir las normas del código de circulación. No sé si
darle un sopapo o devolverla a los mundos de Heidi. Luego está la listilla
sabelotodo que suele importunarme con sus teorías sobre el comportamiento
humano: ponte en su lugar, tiende un
puente de oro, consigue el sí (véase manual de Fisher y Ury: “Obtenga el sí”)…
¡Y una porra!… Para ponerme a filosofar estoy yo. La bruja cotilla se asoma en
un intento de cameo, pero la dejo
tiesa e inmóvil con solo mirarla.
Al final mi pollito Kalimero,
vulnerable y quebradizo, aunque más listo que el hambre, es quien se hace cargo
de la situación. Vale, puede que en mi Speed
reloaded no me parezca mucho a Sandra Bullock, y nunca ganaré el Oscar, ni
aquí ni en mi versión Gravity, que
también la tengo, pero por lo menos me salva de más de un apuro.
Me coloco el cascarón roto
por montera y tiro de la burra, o del volante del autobús, que viene a ser lo
mismo. Amordazo a todos los otros personajillos que me incomodan con su cháchara
continua y me concentro como puedo en cumplir con dignidad. Al final logro
llegar sana y salva al final del día. Otra vez bajo yo a tirar la basura. Sin
cambiarme la ropa interior y sin calzarme los estiletos. Hoy no me encuentro a
Orlando. Qué pena. Mañana será otro día.
…
No te pierdas la próxima
semana las nuevas aventuras de Kalimero en Villavaleria. Explicaré cómo conseguí
reconciliar a todos mis yos en uno solo. Exclusiva versión remasterizada de uno
de mis Sanjuanes más surrealistas.
¡Hasta el viernes!
Valiente!!!!
ResponderEliminarInteligente!!!!
Capaz!!!!
Enorabuena!!!
Muchísimas gracias por tu visita. Espero verte por aquí de nuevo.
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